Los árboles jóvenes son impacientes, quieren florecer enseguida, aún cuando hay riesgo de las heladas tardías que hay al comienzo de la primavera. Así que florecen de forma prematura y se debilitan. Pero esta limitación se ve compensada de alguna forma con la fortaleza que poseen. El río sigue queriendo encontrarse con el mar y el sol sigue naciendo por el este. El joven árbol obstinado tan solo se tropieza, mientras que el anciano espera desnudo a la intemperie, con paciencia, para mostrar al mundo toda la experiencia que le ha sido otorgada y las formas que caracterizan al viento.
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