"Cinco minutos"

Y entonces dijo al aire "¿Quién se atreve a decirme qué son cinco minutos?" y todos quedaron exaltados, incluso yo que permanecí fuera de aquel tiempo y espacio. Un joven se levantó afirmando que él podía hacerlo pero hasta su rostro reflejaba que quizás se habría precipitado. Se levantó y salió de la sala. Todos quedaron pasmados, pensaron que se trataba de una broma o que tal vez trajese alguna genialidad. Sin embargo al pasar exactamente unos cinco minutos se escuchó tocar a la puerta. Era él. Entró sonriendo a la sala, y con los brazos algo levantados como si estuviese esperando un gran aplauso. Se escuchó ese aplauso, pero algo más leve de lo que estaba esperando. Representó los cinco minutos de esta forma. El maestro se quedó algo desconcertado y dijo al instante, "no está mal. Pero quiero conocer otras perspectivas". Señaló hacia la zona derecha, donde se sentaban los que no solían prestar atención. "Tú ¿qué tienes qué decir?". Un muchacho asustado se levantó y bajó por las escaleras del aula. No supo que decir, es más, no dijo nada hasta que todo el mundo paró de cuchichear. Se mostró algo más seguro que el anterior. Cogió la libreta de apuntes del profesor y arrancó una hoja, hizo una bola con ella y la tiró hacia el suelo con fuerza. Poco a poco hizo lo mismo tirando los folios con más suavidad hasta tirar al suelo cinco arrugadas hojas de papel. Era la hora de marcharse y todos se fueron con la cabeza llena de ideas cada vez más originales y alocadas. Era casi estúpido pensar en cada una de las tonterías que estarían maquinando. Al día siguiente, la representación del tiempo pasó del teatro a la escultura y la pintura. Los cinco minutos se habían convertido en horas de trabajo. Muchos entregaron autenticas maravillas: miniaturas futuristas, figuras de relojes de arena hechos de madera o metal y todo tipo de abstracciones y meditaciones de todo tipo. Una chica entregó una silla con una pata de más, la presentó volcada, en una base metálica. Ella se ganó la máxima nota. Yo sin embargo gané una cara de imbécil. Me quedé fascinado con todo lo que me contaban. Pensé que la chica obtuvo esa nota porque estaba muy buena o bien porque quizás al profesor le dio lástima ponerle una baja nota a un trabajo tan laborioso. No obstante yo no podía estar más sorprendido. Me encontraba bajando por esas cuestas, empinadas como ellas solas, hacia el pueblecito. Estaba muy cansado. Hace escasamente cinco minutos estaba pensando que quería montarme en el bus e irme a casa para descansar lo antes posible. Y en este preciso instante, después de oír la historia solo me quedaba admitir que aquella conversación me había puesto los pelos de punta delante de todos. Me adelanté un poco, fingiendo estar cansado. Llegué a la conclusión de que para mí, esos cinco minutos serían el cómo bajé la cuesta pensando en las mil maravillas que podría vivir tras el verano.

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