Desde el letargo, setecientos sesenta y un días después del alumbramiento, hablan voces desde mi tumba, donde mi mujer sigue con vida, criogenizada en un almacén indestructible. Conseguí lo que me propuse, aunque tuve que sacrificar mi cuerpo para ello.
No sé exactamente qué es lo que me sucedió entre sus brazos, tal vez todo llegó a su fin tras una sucesión de delirios producidos por el miedo. Tal vez un exceso de riego en mi agotado cerebro. Eso ya no me importa mucho, aún puedo ver sin estar presente, puedo escuchar el eco de las voces que se consumieron aquel día, puedo ver a mi tierna esposa conservando su aura hasta el final de los tiempos. Es ahora cuando realmente puedo empezar a pensar que descanso, dejando totalmente a un lado la búsqueda de respuestas. Tan solo una inquietud vaga alrededor de mi esencia inmortal, un entrecortado y agudo eco como una luz difuminada en el fondo de mi alma que me hace dudar de la inocencia de mi esposa, sus manos y su boca manchadas de sangre, ahora totalmente coagulada, me atormentan.
Quizás su abrazo fue la espiral que me llevó hasta esta situación. No puedo pensar ahora demasiado, la paz me enajena. Ella está a salvo, contemplando mi cuerpo putrefacto.
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