Comienzo a escribir en una tormentosa noche, de ésas que son las que más me gustan e inquietan pues es noche hasta que las nubes fatigadas se marchan y cesa el desenfreno de la lluvia. Ayer no cayó ni una sola gota, no porque no lo pareciera sino porque si algún brote de agua hubiese caído del cielo mi pálida piel no lo habría sentido.
Dejando a un lado los acontecimientos presentes que son los que hay que vivir sin recelo y con toda la desconfianza, me dispongo a revivir los pasados. Anoche creí que debía resucitarlos, quizás ellos se me aparecieron, sin que en mi consciencia pudiese notar presencia alguna, y no dejaron de rogarme que les ofreciera un poco de luz a través de dignas figuras pues para ellos lo importante era que la muerte se llevara lo menos posible a la tumba.
Y es que estos acontecimientos no son más que mis reflejos en el tiempo, los horizontes que mis ojos han podido contemplar y los que se han escapado de ellos. Solemnemente les dedico a ellos que tantas veces me han traicionado y tantas veces me han enorgullecido un pequeño silencio que nadie recordará salvo uno de ellos.
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